La melancolía es otra piel de los hombres (…)
Alguna vez los hombres del subsuelo/
dirán que la melancolía/
es una gran bandera libertaria
Efraín Huerta
Desde antiguo, numerosos tratados filosóficos o médicos han se han referido a los rasgos del carácter melancólico relacionándolo con la tendencia al tedio, la pasividad y la inacción entre los individuos que lo padecen. En su influyente estudio Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental, (de 1977, trad. En 1995 por Tomás Segovia) Giorgio Agamben explora la historia de la melancolía o acidia (tristeza vital) desde la época medieval hasta el psicoanálisis freudiano, con un importante señalamiento de Kant, que, ya en época moderna, fue el primero en asociar el temperamento melancólico con una mayor creatividad artística.
Obviamente, la tristeza y la muerte son temas habitualmente abordados en la poesía lírica. Lo elegíaco está presente en la poesía desde siempre, desde su mismo origen. Pero me interesan los matices que melancolía adquiere en cada época y en cada autor, puesto que pueden contener cargas significativas que no se asocian a priori y necesariamente con el carácter melancólico, como por ejemplo el inconformismo, la rebeldía o la pasión patriótica. La melancolía no debe entenderse solamente como la tendencia al dolor emocional, el pesimismo, y la apatía, sino que como afirma Juan Pablo Arancibia, “pensar la melancolía como subjetivación política haría interpretar los signos de debilidad y retiro como una gestualidad resistencial, agónica y antagónica, como rechazo y desincripción” (2013: 133). En este sentido, la indignación y la protesta serían otras de las señas del melancólico que pueden conducirlo a la rebeldía, en algunos casos, e incluso, a la afasia, es decir, a la renuncia total al discurso, en otros. En este sentido, la melancolía sería “una forma de decir NO a lo que nos dicen que debemos ser” e “implica una afección política del sentido de la vida y del mundo” (ibid, 135).
A mediados del siglo pasado Emilio Uranga afirmaba: “Es el mexicano criatura melancólica”. La frase puede sonarnos hoy como una generalización exagerada, pero, ciertamente, podría decirse que la melancolía parece un estado casi permanente en la poesía de México, obstinada en la reflexión sobre la pérdida, la muerte y otros asuntos luctuosos. Estereotipos a un lado, y admitiendo que no se trata de algo exclusivo de México, como bien explica Roger Bartra, (El duelo de los ángeles: locura sublime, tedio y melancolía en el pensamiento moderno, 2004) lo cierto es que una parte muy significativa de la poesía mexicana del XX responde con pasmosa adecuación a las distintas manifestaciones del pensamiento melancólico descritas desde la filosofía y la antropología. La melancolía parece actuar de urdimbre que sustenta y favorece la casi permanente nota disconforme de la lírica mexicana. La tristeza, la impotencia, la rabia, o la afasia (silencio) pero también la exaltación patriótica, y la toma de conciencia política son motivos innegables en Efraín Huerta; Jaime Sabines, o Marco Antonio Campos entre otros. Los tres dibujan su personal trazo de la rebeldía del melancólico y comparten la repulsa de la injusticia. Si hay un poeta mexicano cuya obra evidencia el inconformismo y la afirmación permanente de un posicionamiento político, ese es, sin duda, Efraín Huerta (Guanajuato, 1914-Ciudad de México, 1982). Es bien conocida la adhesión del autor a la ideología comunista, reiteradamente manifestada en su obra.
La producción poética del escritor de Guanajuato responde con asombrosa adecuación a las distintas manifestaciones del ánimo melancólico: una matriz de tristeza y nostalgia (tanto de los tonos como de los temas) impulsa el espíritu de rebeldía de la poética huertiana. De este modo, toda su poesía podrá entenderse como un continuum coherente, al tiempo que se podrá observar la vertebración que se da en el autor entre pensamiento, ideología política y poesía.
Aunque lejos de adoptar un posicionamiento político combativo como fue el caso de Efraín Huerta, las críticas al estado de cosas en lo social y la denuncia del crimen no están ausentes en la obra de este poeta obsesionado con el tema de la muerte. No se trata de una actitud contradictoria. Más bien, se puede entender como reacción ante situaciones de injusticia. Nuevo recuento de poemas, que recopila la mayor parte de la poesía de Sabines, apareció en 1977. Desde esa fecha, rondando los cincuenta años, su producción se redujo drásticamente y sólo aparecería otro libro en 1983, Poemas sueltos. A partir de entonces, el poeta se vuelca en su faceta política como diputado (especialmente desde 1988). Quizá, ese cambio sólo fue consecuencia de la melancolía el que llega al convencimiento de que lo mejor en estos malos tiempos para la lírica es el silencio, renunciar a escribir poesía.
Cimentada, como la de Jaime Sabines, en el descreimiento y la pérdida de fe en Dios, la obra poética de Marco Antonio Campos, (México D.F, 1949) comprende, hasta la fecha, siete volúmenes poéticos: publicados entre 1974 y 2010.El lector podrá percatarse no sólo de la omnipresente tristeza de su poética, sino de la transformación de ésta en rabia; el cambio de la parálisis en actitud incendiaria que denuncia la historia y la corrupción de la religión católica. Campos es consciente de vivir en una época equivocada, en la que la literatura no salva ni es refugio para el artista, que sólo sabe escribir “versos tristes y negros” (65). La admiración por la poesía y el compromiso político de Efraín Huerta se hace evidente: “Por esta vida que desérticamente es angustia y aflicción, tú escribiste, Efraín, con el puño a lo Huerta, con la pluma furiosa” (72). También para el de Guanajuato, la melancolía podía transmutarse, para los desheredados en un poderoso reclamo por la libertad. Porque la poesía revela la fuerza que puede contener la melancolía.
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